Empatía por los objetos inanimados
Versos como "Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora" en el poema Himno a la Belleza de Charles Baudelaire, "En mi flor me he escondido para que, al deslizarme de tu vaso,tú, sin saberlo, sientas casi la soledad que te he dejado" en el poema En mi flor me he escondido de Emily Disckinson y "Era el alba,cuando las gotas de sangre en el olmo exhalaban tristísima luz" en el poema Lied I de José María Eguren, utilizan objetos inanimados para proyectar emociones complejas. Tales imágenes tocan las cuerdas de nuestros corazones porque, de una forma u otra, nos encontramos reflejados en ellas.
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En el libro "A General Theory of Love", Thomas Lewis sugiere que el ser humano espontáneamente percibe correspondencia al mirar a través de los ojos de aquellos animales que poseen un sistema límbico, como los perros y gatos (ver entrevista en inglés). A partir de esta premisa, la empatía a la cual los seres humanos estaríamos destinados a sentir en su mayoría sería aquella por los mamíferos y aves, ya que estas especies son las que poseen sistema límbico.
Mientras descendemos por la escalera en degradé de complejidad biológica, encontramos reptiles, peces, anfibios y así sucesivamente hasta llegar a las bacterias; todos aquellos que carecen de sistema límbico. Nos adentramos más profundamente y nos topamos con la célula en la cual habita materia inerte.
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Asomándonos por la ventana del arte y la espiritualidad, el empatizar con los objetos no resulta una cuestión extranjera para poetas y taoístas. Las metáforas, símiles, personificaciones y demás, conjuntamente con la noción de que todos partimos de uno y en síntesis todos somos uno apoyan esta construcción. Tomando en cuenta que la materia inerte llena cada milímetro de nuestro panorama y aquel de los demás, esta idea cobra una solidez no solo incorpórea sino científica. Podemos pensar en el oxígeno, el hidrógeno, los minerales y metales como las cuerdas que nos mantienen sujetos al reconocimiento universal.
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Para proyectarse en un objeto, en una fase o en un proceso por más mundano que este pueda llegar a ser, se necesita humildad y varios tintes de consciencia. Se necesita que la existencia entre de extremo a extremo a través de la percepción aguda, como el mismo acto de enhebrar una aguja. Se requiere paciencia y unas cuantas preguntas como: ¿soy una parte más del universo o soy uno con el universo?. Al fin y al cabo, "El universo está hecho de historias, no de atómos" como decía Muriel Rukeyser en su poema La Velocidad de la Oscuridad.